miércoles, 20 de junio de 2012

El deseo no tiene color...


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 Me detengo ante tu altar, transcurre mi sexo,
fragmento mi lengua húmeda para pasearla por el ojo de Sodoma,
saboreo la insipidez del beso al umbral de tu locura
y me pierdo dentro de ti con la boca llena.
Renuncio al delirio y propicio la absolución,
mi lengua te ultraja, te posee, te penetra y revive
en tu recuerdo la supresión del límite, la fusión,
el sentido último de la pasión, mi lengua y tu ano.
Censuramos al silencio, el lenguaje disoluto propicia el sacrificio.
Cordero de Dios, mi carne que se hunde en tu carne,
cruel y religiosamente, para perjurar la santa doctrina
que nos une y vivir impíamente por los siglos de los siglos.
Como el amor del padre al hijo, te encuentro en tu séptimo cielo,
te llevo por tu calvario, dejo que te azote la lujuria y te corone el fornicio,
te arrastro a tu salvación y te coloco en tu cruz y te clavo,
encima, debajo, por atrás, por delante, por dentro.
Me entrego a ti con el más sublime movimiento de compasión
y te poseo por última vez ante los ojos del espíritu santo
que nos mira a pesar de las tinieblas que nubla nuestro lecho.
Me hago verbo junto a ti, me hago carne contigo y habito dentro de ti
para realizar el último llamado y reclamar del amor
su ausencia divina y su bendición eterna.
Y ante la inminencia de tu devastación
suplico el perdón mientras te sigo por el camino amplio
que tu dios nos ha trazado.

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